El Príncipe Boris
(A partir de Boris, en que Bulgaria se convierte al cristianismo, los khanes dejan de ser tales para tomar la denominación de príncipe y, más tarde, de zar).
El reinado del príncipe Boris (mitad del siglo IX) no se destaca por el brillo de las grandes glorias en los campos de batalla, pero las cualidades de gran y notable caudillo marcan el lugar de privilegio que ocupa en la historia búlgara.
El príncipe Boris cambió la fuerza de la espada por la perspicacia del estadista y el tacto del diplomático.
Después de las guerras sin éxito contra el Imperio germano en los primeros años de su reinado, el príncipe tuvo conciencia del gran agotamiento de su pueblo y se percató que no solo de batallas exitosas que llevan rápida pero no duradera gloria, debería llenar su reinado, sino también de pasos en donde la fuerza de la espada debía estar apoyada por la habilidad de la diplomacia. Vio claramente que son en vano las glorias, cuando un estado, que pretende tener un importante papel en el destino del mundo europeo medieval, no tiene prestigio internacional y es mal visto como estado de “pagano y bárbaros” cuando en la mayoría de los estados europeos reina la fe cristina. Además, en Bulgaria existían dos grupos étnicos principales (protobúlgaros y eslavos) con dos diferentes culturas, con dos diferentes religiones, de manera que se imponía no solo la unidad política para que en el pueblo se formase una sensación de nacionalidad única.
La advertencia de estas circunstancias puso fin a las dudas del soberano búlgaro con respecto al camino que debía seguir, y entendió que el primer paso debía ser la adopción de la fe cristiana, obligatoria para todo el estado.
El convenio de paz búlgaro-germano, firmado en el año 862, preveía que los búlgaros aceptaran el cristianismo del oeste. Este compromiso, que llevaba tras de sí la influencia política y espiritual del mundo occidental (que se contraponía al de Bizancio) produjo, con razón, inquietud en la corte de Constantinopla. Entendiendo estos que no había tiempo que perder, decidieron actuar inmediatamente.
En el otoño de 863 las tropas bizantinas inesperadamente invadieron los límites búlgaros. Inmovilizados en los límites norte-oeste, las tropas búlgaras no pudieron contrarrestar al invasor. Parecía que todo lo construido con los esfuerzos de tantas generaciones y derramamiento de ríos de sangre, iba a desaparecer. Fue necesario entonces que el príncipe Boris demostrara sus cualidades de estadista y diplomático.
Entendiendo la verdadera causa de la enemistad del Imperio Bizantino, no dudó en tomar la medida que abriera ante el pueblo búlgaro un claro horizonte. Pide inmediatamente un Tratado de Paz. Los puntos principales del mismo, como era de suponer, se referían a la ruptura del convenio con los germanos, reemplazando, de esta manera, el cristianismo de Roma por el de Constantinopla. Los parlamentarios búlgaros son convertidos y bautizados inmediatamente. De esta manera, a principios del año 864, por una serie de motivos (ante todo políticos) Bizancio se convierte en padrino del príncipe búlgaro y todo su pueblo. El príncipe, invadido por la llama del nuevo credo adquirido, no evaluó el fanatismo pagano de sus súbditos en su verdadera dimensión, olvidando que la transformación de las creencias de un pueblo son tareas muy difíciles. Los estallidos de desacuerdo en algunos lugares no tardaron en hacerse notar. Boris, no obstante, no duda en reprimir drásticamente todo intento, eliminando a familias enteras de boyardos reaccionarios, dejando en libertad al común del pueblo.
Pero si los problemas internos eran preocupantes, no lo eran menores los externos.
Por su posición geográfica, Bulgaria se halla en la encrucijada de los dos irreconciliables centros del cristianismo: Roma y Bizancio. Esta sitúa al estado en muy delicada posición, ya que ambas se esforzaron en muchas oportunidades por atraer al estado búlgaro hacia sí.
Cuando el patriarcado de Constantinopla se negó a permitir a Bulgaria tener su propia cabeza de iglesia, a Boris no le quedó otra alternativa que dirigir su mirada a Roma, entendiendo que, ante las continuas luchas de estos dos centros, la mejor política era la maniobra táctica.
Este paso de Bulgaria hacia el cristianismo romano avivó más el fuego de las luchas. Con esta actitud Boris coloca a Bulgaria muy alto en su importancia como estado, ya que estas dos naciones estaban dispuestas a cualquier sacrificio con tal de cobijarla bajo sus alas.
Como fuere, en 870, el príncipe Boris tomó una determinación definitiva, ante la promesa de Bizancio, de que Bulgaria tendría su propio jefe espiritual.
Pero a esta maniobra le daría, aún, el último toque de su admirable diplomacia cuando aprovechando un lapso de buen entendimiento entre los dos centros religiosos mundiales, en un concilio ecuménico en Constantinopla, aprovechó la oportunidad para demostrar que no fue él quien dejó Roma, sino que, por el contrario, fue un hecho originado por la fuerza de las decisiones, obligadas para él, llevadas a cabo por los representantes de ambas iglesias. Por obra de las decisiones de este concilio, Bulgaria pasa nuevamente bajo la orden espiritual de la iglesia de Constantinopla, pero con su propio jefe espiritual, con el título de arzobispo. De esta manera el príncipe Boris culmina, con éxito, su larga batalla diplomática.
Esto, no obstante, no significaba el éxito total, ya que se seguía dependiendo de Bizancio. Boris fue consciente de la necesidad de evangelizar en el propio idioma del pueblo. Un pueblo recién convertido, debe comprender la doctrina de que se le habla, de allí su deseo de poseer literatura religioso y oficios en el propio idioma. Por ello, cuando en la Gran Moravia, los discípulos de la lengua eslava eran perseguidos y torturados, ellos no dudan en cuál sería el camino de su futuro evangelizador: se refugiaban en Bulgaria, para ser los emancipadores culturales de su pueblo. El mismo príncipe Bois estaba sediento de esta gloria espiritual ya que, en gran manera, de ello dependía todo el futuro de la grandeza de Bulgaria.
Estos esfuerzos de Boris por colocar a Bulgaria entre las naciones líderes del mundo son ampliamente satisfechos, por eso los más grandes historiadores ven en el príncipe Boris, al principal gestor de ello.