Gente vieja
Un zar malvado decretó que todos los ancianos fuesen muertos.
-¿Qué beneficio hay de ellos? –dijo él- ni aran, ni siegan, ni cortan madera. Lo único que hacen es molestar en la casa y consumir el pan. ¡Viviremos mejor sin ellos!
Los servidores del zar pusieron manos a la obra y todos los ancianos fueron pasados por las armas. Quedó solamente un viejo cuyo hijo –un boyardo- tuvo lástima de tomar la cabeza de su padre y lo ocultó en un sitio secreto. Allí lo tenía y alimentaba a escondidas sin que nadie lo supiese.
El cruel zar tenía un caballo negro loco: pateaba, mordía, saltaba y tiraba por los aires a sus jinetes. Nadie se le podía acercar para amansarlo. En la capital vivía una curandera astuta. El zar la hizo venir para que le aconsejara cómo domar al caballo loco.
-¿Quieres saber cómo –contestó la vieja bruja-. Dile a tus boyardos que te fabriquen una cuerda de arena. Si atas al caballo con una cuerda de arena, se hará más manso que un corderito.
El zar se rascó la nuca y llamó a sus servidores.
-¡Hey boyardos! –les dijo- escuchen lo que les voy a ordenar. ¡Si mañana no se presentan ante mí con una cuerda de arena, les quitaré las cabezas!
Los boyardos se retiraron con la cabeza gacha. Nadie imaginaba cómo se podría fabricar una soga de arena. Entre ellos estaba también aquel que había ocultado a su padre. Al llegar a su casa acongojado, el padre le preguntó:
-¿Por qué estás preocupado, hijo?
Este le contó lo del pedido.
-¿Eso es todo? No te preocupes más. Mañana cuando vayan al palacio y el zar les preguntará dónde está la cuerda, ustedes le dirán “Señor, estamos listos para cumplir su deseo pero no sabemos cómo la quieres: gruesa, delgada, amarilla o roja, dános mejor una muestra.”
Al otro dia, cuando el zar oyó la inteligente contestación, agachó la cabeza y dijo:
-Tienen razón, debo darles una muestra, pero no tengo de dónde sacarla.
Y les perdonó la vida.
El mismo verano hubo una gran sequía. Todo se secó: pasto y frutales; ríos y pozos. Las reservas de trigo se agotaron hasta no quedar semilla para siembra. La gente se asustó y el zar se preocupó. Llamó a sus boyardos y les ordenó:
-No me importa cómo ni con qué, pero quiero que mañana vuelvan con la respuesta que necesito.
¿De dónde sacaremos trigo para sembrar?
Otra vez se retiraron los boyardos preocupados. Era muy difícil encontrar trigo para sembrar. El padre oculto, otra vez inquirió a su hijo.
-Ahora, padre, ni tú podrás solucionar el problema.
-¿Por qué?
-Porque el zar quiere trigo para la siembra y no hay trigo en todo el reino.
-No te preocupes, hijo, mañana, cuando vean al zar díganle que recomiende a sus súbditos que revuelvan todos los hormigueros del reino. En ellos hay mucho trigo oculto por las hormigas.
Y, efectivamente, se revolvieron todos los hormigueros y se halló, en cada uno, una bolsita de granos grandes. El zar quedó realmente sorprendido por el resultado. Llamó al boyardo, cuyo padre vivía, y le preguntó¨
-¿Quién te dio tan sabio consejo?
-Temo decirlo, porque me matarás.
-Ni un pelo te tocaré, dímelo.
Entonces el boyardo le contó que fue su padre, a quien él ocultaba, el que aconsejó lo de la soga y lo de las semillas de trigo.
El zar, entonces, sacó un nuevo decreto: ¡que nadie moleste a los viejos, y cuando uno de ellos camine por la calle, todos deberán cederle el paso!