Dos bueyes volvieron a su pesebre muertos de cansancio, de su trabajo diario. Allí estaba el burro, comiendo pasto fresco y moviendo la cola satisfecho.

-Buenas noches, hermano –dio uno de los bueyes- ¿Cómo estás?

-¡Excelente! –respondió el burro.

-Tu eres un burro feliz –dijo el buey- en cambio yo soy un buey infeliz.

-¿Por qué?

-Porque nací sin suerte, todo el día tirando del arado y de regreso a la noche, no sólo traigo el carro, sino también el arado y al señor.

-Si no quieres matarte trabajando hazte el enfermo mañana. Tírate al suelo y empieza a quejarte; tu amo no te atará al arado.

El amo estaba cerca de la puerta y oyó el consejo, pero no dijo nada. Sonrió y se fue. Al otro día el buey procedió como le dijera el burro.

Al verlo, el amo movió la cabeza preocupado y dijo:

-Se me enfermó el mejor buey. No importa, en su lugar ataré al burro.

Y afilaba el cayado.

Todo el día el burro tiró del arado. Tropezando con todos los surcos… al regresar al establo, a la noche, estaba molido y con las orejas caídas.

El buey “enfermo” estaba acostado y despreocupado.

-¡Gracias hermano! –le dijo al burro- tu eres mi salvador. ¡Te prometo hacerme el enfermo toda la vida!

-¡No te vas a poder hacer elenfermo mucho tiempo! –dijo el burro, que estaba enojado.

-¿Por qué?

-Porque hoy escuché al amo decirle  al vecino: “el buey se me enfermó. Si no se cura hasta mañana, lo llevaré al carnicero para que lo pase a cuchillo.”

El buey se puso a temblar.

Toda la noche no pegó un ojo. A la mañana siguiente estuvo de pie antes que los gallos cantaran, listo para el trabajo.