En una casucha junto al bosque vivía un hombre y una mujer. Tenían tres hijas idénticas como gotas de agua. El hombre iba al bosque a cosechar algunas peras y manzanas salvajes y a llenar su bolsa con hongos. Así, a los tumbos, alcanzaban a sacar el pan de cada día. Pero un día, la madre, agotada por tanto trabajo, enfermó y murió. Las niñas quedaron huérfanas de madre y tomaron su trabajo. En tanto el padre continuaba yendo al bosque por manzanas, peras y hongos.

Un día, de regreso con su bolsa llena y muy cansado, el hombre se detuvo al lado de un pozo seco y, sentándose sobre un tronco, suspiró:

-¡Uf!

De repente desde el pozo, apareció una enorme cabeza, con cejas muy espesas, grandes bigotes, boca ancha y dientes como sables.

-¿Qué pasa y por qué me llamas, hombrecito? –preguntó el monstruoso hombre, saliendo del pozo.

-Yo a ti no te llamé, sólo que estaba cansado de tanto andar y me senté a descansar un poco, y suspiré –dijo el pobre hombre.

-Sí, pero resulta que yo me llamo Uf y al escuchar mi nombre, salí para ver quién me llamaba ¿Qué trabajo hace en el bosque?

-Murió mi mujer y me quedaron tres hijas. Voy al bosque a buscar comida, porque tienen hambre. Ando a los golpes de acá para allá.

-Hum –dijo el hombre subterráneo- por qué no me traes mejor una de tus tres hijas. Yo soy un hombre rico. La vestiré con vestidos de oro y la haré casar tan bien, que me vas a recordar toda la vida.

-Te la traería, pero ¿cómo te encontraré?

-Ven mañana a la noche con la joven. Siéntate donde estás ahora y di otra vez ¡uf! Yo saldré enseguida.

Dicho y hecho. Volvió a su casucha y contó todo a sus hijas. Seguidamente se volvió hacia su hija mayor y le preguntó:

-¿Quieres probar suerte con el gigante Uf?

-Sí, -dijo la chica.

A la noche siguiente, el padre y su hija mayor fueron al pozo y ni bien éste dijo ¡uf! El gigante apareció.

Traje a mi hija mayor. Acá está.

-Es hermosa –dijo el gigante mostrando los dientes. Salió del pozo, tomó a la joven de la cintura y se zambulló de nuevo en la oscuridad. La llevó a sus dominios. Tenía todo un palacio ricamente amueblado, fantástico. Pero en todo el palacio no se veía un alma. En la pieza en donde entraron había una olla enorme.

-Todo el día estuve cocinando. Carne vieja y dura. Apenas hirvió. Siéntate a comer, que tengo mucha hambre feroz.

Diciendo esto, se acomodó junto a la mesa redonda y baja, se sirvió un pedazo de carne, hizo lo propio con la joven y comenzó a devorar. Tal era su hambre que no prestaba atención a la joven. Ella estaba sentada medio muerta de miedo porque había notado que la carne que le había dado el gigante era un brazo de una mujer vieja. En uno de sus dedos todavía había un anillo de plata. Sin tocar nada, escondió la carne debajo de la mesa.

Cuando terminó de comer, Uf se tiró en la cama de madera y dijo:

-Si, allí, en la pared, está mi tamburá. Dámela, que voy a tocar un poco.

La joven saltó inmediatamente y le alcanzó el instrumento. Uf lo tomó y comenzó a rasgar y cantar a viva voz:

 “Tamburá, tamburita,

La comida dónde está?”

Responde la tamburá:

“Debajo de la mesita.”

El gigante miró fieramente a la joven y le gritó:

-Así que no quieres comer carne humana. Entonces yo de comeré a ti, como lo hice con miles hasta ahora. Pero primero te voy a engordar un poco.

Y tomando a la joven, la llevó al sótano del palacio, la encerró en una pieza con puerta de hierro y guardó la llave en su bolsillo. Pasaron dos – tres meses y las dos hermanas empezaron a extrañar a la hermana mayor. Dijeron a su padre que fuera a preguntar a Uf, qué era de la vida de la hermana. Así lo hizo el padre. Fue hasta el pozo seco y ni bien llamó al gigante, Uf apareció. Enseguida le contó la preocupación de sus hijas.

-Ella está muy bien –dijo Uf- La casé con un joven muy rico. Vive una vida muy holgada. ¿Por qué no me traes a tu segunda hija?

-Así lo haré –dijo el padre. Y al otro día trajo a su segunda hija.

Lo que sucedió con la primera, también le ocurrió a la segunda hija y ésta fue a parar al fondo del sótano del palacio.

Pasaron otros dos – tres meses y la menor de las hijas lloraba todos los días de nostalgia por sus hermanas. El padre sintió gran lástima y fue hacia el pozo. Llamó al gigante y le rogó:

-Deja que mis dos hijas vengan aunque sea por un día a ver a su hermanita porque ella se deshace en lágrimas.

-No puedo –dijo Uf- traerte a sus hermanas, porque ellas pronto tendrán hijitos. ¿Por qué mejor no traes tú a tu hija más pequeña y que ella vaya a visitarlas?

Fue el hombre y, al otro día volvió con su última hija. Pero junto al pozo, esta vez, había un gatito ciego que maullaba lastimosamente.

La hija más chica tenía muy buen corazón y, ni bien vio al gatito, sintió lástima y lo tomó y escondió bajo su delantal. Uf apareció y la llevó consigo.

Al entrar al palacio, la jovencita preguntó tímidamente:

-¿Dónde están mis hermanas?

-Enseguida te las mostraré. Primero vamos a comer porque estoy muerto de hambre. He cocinado asombrosa carne.

Se sentaron a la mesa. El gigante sirvió a la jovencita una oreja con un aro de oro. Al ver carne humana la boca de la joven no se pudo abrir. El gigante, como siempre, tragó como fiera. En un momento el gatito, que traía escontido contra su pecho, comenzó a gemir:

-¡Come! –gritó Uf.

La joven tomó la oreja y se la dio al gatito. Cuando Uf terminó de comer, se tiró en la cama y dijo:

-Dame la tamburá, que está colgada en la pared.

La niña se la alcanzó y el gigante comenzó a tocar y cantar:

“Tamburá, tamburita,

¿dónde está la carnecita?”

Respondió la tamburá:

“Bajo el corazón esta.”

-Esta es para mí! –se dijo el gigante pensando que la niña se había comido la carne humana.- ella cocinará para mí y yo andaré cazando gente. Oye niña –preguntó a la jovencita- ¿Sabes cantar?

-Si –musitó ella.

-Cántame una canción dulce hasta que me duerma. Me despertarás mañana, cuando amanezca porque debo salir de caza.

La joven entonó con voz temblorosa y pronto Uf comenzó a roncar. La invitada se acercó al gigante y comenzó a observar sus espesas cejas, su boca inmensa, sus dientes como sables.

-¿Y esta llave que lleva colgada al cuello, toda herrumbrada, qué abrirá? ¿No habrá encerrado con ella a mis hermanas? –se dijo para sí y despacito comenzó a desatar el hilo que sujetaba la llave.

Antes de irse tomó al gatito y le recomendó:

-Quédate aquí y ronronea. El gigante pensará que le sigo cantando y no se despertará.

El gatito la escuchó, se puso cerca de la cabezota de Uf y comenzó a ronronear.

La niña bajó por una escalera de piedras hacia el sótano. Allá vio muchas puertas, una al lado de la otra. Metió la llave en la primera puerta y la giró. La puerta se abrió y en la pieza pudo ver apiladas, toda clase de armas cuchillos, sables, hachas y todo lo que te puedas imaginar. Abrió la segunda y vio que estaba llena de monedas de oro y de plata. En la tercera había piedras preciosas y en la cuarta una montaña de huesos. La niña se estremeció y abrió la quinta pieza y ¿qué vio? Ante sus ojos dos hileras de mesas de trabajo en donde había miles de trabajadores: carpinteros, herreros, torneros, plateros, sastres etc., etc.

-¿Quiénes son ustedes?

-Nosotros somos esclavos del gigante Uf –dijeron ellos-. Todo lo que fabricamos Uf lo lleva y lo vende en la feria. El se llena las piezas con tesoros y nosotros seguimos aquí como pobres diablos. ¿Pero tú qué haces aquí?

-Vine de visita al castillo de Uf. Quiero ver a mis hermanas. ¿Saben dónde están?

-Están encerradas en la última pieza, la que tiene puerta de hierro –respondió un carpintero de cabeza canosa, señalando la pieza.

-¿Esta llave puede abrir esa puerta? –preguntó la niña.

-No, no puede –contestó el cerrajero- es otra llave. Yo la hice. Pero tú danos mejor esa llave así podremos encerrarnos y el gigante jamás podrá entrar aquí.

-Esperen un poco –dijo la niña y corrió hacia donde estaba durmiendo Uf. Metió despacio la mano en el bolsillo y extrajo una llave. La llevó y mostró al cerrajero.

-¿Es esta?

-No. Esta llave es de esa puerta, que lleva hacia nuestro mundo, hacia nuestra aldea. Dánosla, por favor.

En ese momento se escuchó la estridente voz de Uf que se había despertado.

-¡Hey, jovencita ¿dónde estás?

El cerrajero corrió hacia la puerta que llevaba a los aposentos del gigante y la cerró con llave. Después abrió la puerta que daba hacia el mundo exterior y una bocanada de aire puro y luminosidad invadió a los pobres esclavos. Una gran alegría invadió a los liberados trabajadores.

-Tú eres nuestra salvadora –dijeron y comenzaron a ofrecerle regalos: un asombroso collar tallado, unas sandalias de oro, un vestido de seda blanco como la nieve, una pulsera de plata. Uno le trajo un farol y dijo:

-Tú eres chiquita. Puedes entrar cuando quieras dentro del farol y estar allí. Nadie sabrá que vives dentro de él. Otra cosa te diré: este farol no es como cualquiera. El que lo compre será tu esposo. Tú quédate adentro y espera tu suerte.

La niña entró en el farol. Se acomodó, puso su cabeza sobre la mecha y se durmió. A la mañana siguiente la despertó el galope de un caballo. La somnolienta niña abrió la puertita y vio a un hermoso joven con un largo sable a la espalda, montado en brioso corcel blanco. Dicho joven se detuvo ante el taller del maestro, sacó un saco con dinero se lo dio y dijo:

-Llévalo al palacio.

La niña se estremeció. El obrero emprendió la subida hacia una inmensa casa blanca con un inmenso espacio verde, jardines floridos, añosos árboles que daban sombra y muchos pajaritos cantando en el jardín.

-¿De quién es esta casa? –preguntó la niña abriendo nuevamente la puertita.

Acá vive el joven que compró el farol. Él es el más valiente de todo el país. Su sable puede cortar madera, piedra y hierro. La hija del rey se enamoró de él y lo quiere para esposo. Pero tú no te preocupes, quédate allí dentro y espera tranquila.

-¡Qué farol más grande! –exclamó la cocinera más vieja de la blanca mansión de piedra- si nos lo dieran como utensilio personal, lo tendremos en la cocina y día y noches nos alumbrará.

-Llévenlo –gritó el joven que en ese momento entraba con su blanco caballo.

Colgaron el farol en el centro de la cocina. La niña, desde adentro, pensaba cómo hacer para liberarse de la cocina e ir a la pieza del joven. Al final pensó en algo. Cuando las cocineras prepararon las ollas con la comida para el otro día y se fueron a dormir la niña salió de su habáculo, buscó la sal y agregó un puñado más a cada olla, volviendo luego a su lugarcito. Al otro día el joven invitó a su prometida a comer. La princesa tenía mucha hambre, pero al probar la comida, tiró la cuchara y el plato y comenzó a gritar:

-¡Yo esta comida tan salada no como! –y se retiró muy enojada.

Al otro día pasó lo mismo y al tercero igual. Las cocineras estaban asombradas, pasmadas. ¿Que

hay en las ollas? En determinado momento la más joven de las cocineras golpeó con la mano y dijo:

-¿Saben que este problema comenzó el día que entró este farol aquí? ¡Hay que librarse de él!

-Pónganlo en mi pieza –dijo el joven amo y salió con su brioso caballo.

Volvió tarde en la noche. La niña lo esperaba. Había limpiado cuidadosamente los cristales del farol. Toda la pieza estaba cálida. Las cocineras trajeron la comida. El hermoso joven la probó y dijo:

-¡Ahora está exquisita!

Y comenzó a sorber. Comía con tanto apetito y ganas que la muchachita no se pudo contener. Abrió la puerta del farol y susurró:

-Yo también tengo hambre.

El joven alzó la vista asombrado.

-¿Quién eres y qué haces dentro del farol?

La muchacha le contó toda su historia. Sobre el espantoso castillo bajo tiera. Sobre el comegente Uf y sus hermanas encerradas en una pieza del sótano.

-¡Haja! –dijo el joven y ayudó a la muchacha acercándola a la mesa. Los dos comieron bien, mientras él no podía quitar sus ojos de ella. Cuando terminaron, ella se fue a su lugar en el farol, y el joven toda la noche dio vueltas en su lecho pensando:

-¡Maravillosa muchacha! En mi vida vi una mujer más hermosa.

A partir de esa noche cenaban siempre juntos. El joven nunca más llegó tarde al palacio real, donde iba a visitar a su prometida. Ni bien se ponía el sol, él ya estaba de regreso. Un día el valiente joven volvió preocupado y dijo:

-Mañana parto a la batalla. El rey me manda al frente de las tropas para que venza al rey vecino y sus tropas. Me apena tener que separarme pero no puedo hacer otra cosa. Tu espérame aquí. A mi regreso nos casaremos. Yo devolví el anillo a la princesa. Toma esta anillo de mi parte.

Toda la noche estuvieron sentados uno al lado del otro, conversando. Al día siguiente el valiente joven, antes de partir pasó por la cocina y recomendó:

-Todos los días llevarán la comida a mi pieza aunque yo no esté y no preguntarán para quién es.

Las cocineras se encendieron de curiosidad. A la noche espiaron por el agujero de la cerradura y vieron a la muchacha. Enseguida corrieron a decírselo a la princesa. Esta golpeó el piso con el pie y gritó:

-¿Por eso me devolvió el anillo mi prometido? Quiero que esa muchacha sea castigada inmediatamente. ¡Que venga el verdugo!

Apareció el verdugo. Un hombre fiero omo Uf, que se inclinó y dijo:

-¿Qué manda mi señora? ¿Qué le corte la cabeza a la muchacha del farol o le arranque los ojos?

-¡Los ojos! –vociferó la princesa.

El verdugo cegó a la muchacha y la expulsó de la ciudad. Emprendió ésta el camino a ciegas y se metió en un bosque, antre unos árboles. Allí la encontró una vieja que había salido a juntar hierbas. Al verla tan desgraciada, la acarició, la tomó del brazo y se la llevó a la casa. Le preparó ungüentos con desconocidas hierbas, tres veces le frotó los ojos y la muchacha recuperó la vista. Se quedó a vivir con la vieja como si fuera su propia madre.

Pasaron unos meses y el saliente joven derrotó a las huestes del rey enemigo. Este, al verse derrotado, decidió salvar el cuero y se internó en el bosque en donde estaba el pozo seco de Uf y se ocultó en la espesura.

Los soldados que lo perseguían se volvieron al joven y le dijeron:

-¡Vamos a quemar el bosque!

-No –dijo éste- en el bosque hay hermosos árboles, asombrosas hierbas medicinales y nidos de aves. No podemos matar a tantos inocentes. ¡Que las fieras devoren a nuestro enemigo!

Regresaron. Pero al entrar a su pieza y ver que el farol estaba apagado y la muchacha no estaba, el valiente joven cayó enfermo. Un inmenso pesar invadió su corazón y no quiso comer ni beber nada. Su padre se desesperaba y no sabía cómo curarlo. Pidió que le trajeran comida de todas las casas de la comarca, a ver si le pasaba la enfermedad. Pero el joven rechazaba todo. En el recorrido por las casas, pasaron por la cabaña de la vieja herborista. Ella le preparó una compota de frutas secas y lo colocó en un recipiente. Antes de dárselo, la muchacha sacó su anillo y lo echó dentro de la compota.

Cuando le llevaron la compota al joven, éste miró dentro del recipiente para ver de qué se trataba esta vez. Vio el anillo, lo sacó con la cuchara y se sonrió. Tomó todo y pidió más. Al otro día otra vez le trajeron lo mismo. Otro día y otro y otro. Hasta que se curó.

Cuando estuvo bien, ensilló su blanco corcel y fue a la casucha de la vieja. Allí vio a la muchacha mucho más hermosa.

-He venido a llevarte de vuelta –dijo- mañana habrá boda.

-No puedo irme –dijo la niña-. No puedo ser feliz mientras mis hermanas se apagan en las entrañas de ese sótano del gigante Ur.

El joven valiente se golpeó la frente.

-¡Lo había olvidado! Espérame un poco, hasta que arregle cuentas con ese caníbal. Con este sable he derrotado tantos reyes, jefes, dhanes, que un gigante no me detendrá. Espera hasta mañana.

Espoleó su caballo y llegó hasta el pozo seco. Desenvainó su sable y de un solo golpe partió en dos la boca del pozo.

-¡Hey, Uf –gritó- asómate bandido!

El gigante no se hizo repetir la invitación. Salió del pozo y se paró frente al joven, grande y espantoso y con los ojos llenos de sangre.

-¿Qué quieres de mí? -dijo.

-Quiero que abras el sótano y dejes libre a las dos muchachas.

-A ver si prosigues tu camino, o te meteré a tí también en el pozo –rugió Uf.

-¿Ah. sí? Ya mismo te cortaré la cabeza, comegente.

-¿Cortar? , se rió el gigante y ofreció el cuello.

El joven blandió el sable, asestó el golpe pero su sable se partió en dos. Éste palideció.

-Baja del caballo y entra al pozo –gritaba Uf y se reía.

-¿Nadie me va a ayudar? –se volvió hacia el bosque el joven.

-Nosotros te ayudaremos –fue la respuesta de los árboles- tú nos salvaste en época de la guerra, es tiempo que te paguemos.

Todos juntos acosaron al gigante, lo arañaron, sacándole los ojos y los aplastaron contra la tierra, luego de lo cual cada uno volvió a su mismo lugar.

-¡Gracias árboles! –dijo el joven y se inclinó ante el bosque. Luego buscó la llave en los bolsillos de Uf. La encontró y bajó al sótano del palacio subterráneo para liberar a las hermanas y llevarlas al mundo exterior.

Hizo una gran boda el valiente joven, cuando se casó con la hija más chica del pobre hombre que tenía una casucha junto al bosque. En la noche de bodas encendieron el farol que sirvió de casa a la muchacha tantos días y tantas noches. Y su luz fue tan grande que dominó toda la tierra.