Dos Mujeres: Sarah Bernhardt y Adriana Budevska
(De los manuscritos de Adriana Budevska)
¡Por fin mi sueño se cumplió de ir a París y ver a Sarah Bernhardt! La vi en muchos papeles, pero mi sed era verla en Margarita Gauthier, donde cosechaba los laureles y el éxtasis del público. Ella ya tiene 70 años y representa a Margarita Gauthier, su entrada es estupenda y simple, ella misma es estupenda, sin patetismo, sin euforia. Ella estaba en su casa, en lo suyo…y en todas partes ella estaba como en su casa. Sus chistes son simples y juguetones, coqueta y tan lúdica que sin querer se olvidan sus 70 años y una quiere besarla. Ella sabe hacer esto con maestría, sabe acariciar muy bien, sabe despertar interés hacia su persona… Ustedes tienen ganas de tomar su mano y besar sus deditos. Si se da vuelta, ustedes se dan vuelta con ella, si empieza a llorar, empieza a sollozar apenas traga las lágrimas, ustedes ya no tardan en hacerlo y los contagia más y más y ustedes empiezan a llorar con ella. Esperaba todo de Sarah Bernhardt y su estupenda técnica, su arte colosal, habilidad y maestría, y estupendos trajes, verdaderos brillantes, glamour y grandeza, solo no esto de hacerme llorar, pero ella logró esto y le estoy muy agradecida. Ella sabe llorar estupendamente y cada vez distinto. Nosotras las más jóvenes, podemos aprender mucho de ella. Sin querer me viene a la mente como hace 10 años, subí al escenario e interpreté mis primeros papeles dramáticos, no podía sostener las lágrimas, los sollozos y con fuerza tragas y ocultas las lágrimas que se han juntado y a rachas, con pausas para dominarse a sí mismo, de apagar la tormenta, apenas hablas y con que decepción haces esto, con que espanto, que no logras apagar la tormenta, hasta que te sobrepongas y haces el monólogo crítico. Ella, justo en esto se esmeraba en hacerlo con maestría, de recrear y con que maestría y arte lo hacía, sin ruborizarse ni incomodarse, sin pensar que esto no debe suceder. Y cuanto más se esmera en ocultar las lágrimas, tanto más ellas la ahogan y al final estalla en un llanto, en un mar de lágrimas que no cesa ni lo oculta, y enfrente tuyo habla y actúa… ¡Oh que maestra es ella!, vi esto y la bendije. Vi su arte que no pueden distinguir del verdadero sufrimiento, justamente ella recrea como gran maestra. Ella ya es vieja, marchita, pero la flor del arte florece, florece y no tiene miedo ni de la nieve, ni de las ventiscas, ni de las tormentas; es como un crisantemo lujoso y como ella bellísimo. Su voz que es cautivante y hechiza a todos, como una música suave y vibrada, ahora es ronca, pero en este papel menos se destaca esto y ella con maestría sabe esquivar los peligros y cada palabra suya produce fuerte impresión. Ella tiene magnífica dicción y gran habilidad de sostener las pausas. Su pausa nunca es prevista, aunque se sabe que ella todo lo hace deliberadamente. Ella posee milagrosa “medida de arte”, “tacto de arte”, ella no dibuja con entendimiento el carácter, no coquetea con cultura presumida, actúa simple, agradable y con sinceridad, sin embargo, no se escapa nada de lo que hace ella. Antes yo no amaba a Sara Bernard. Puede ser porque había leído de las alarmas y los líos que se hacían alrededor de ella, pero ella es una verdadera parisiense y a ella esto se lo puedo perdonar, puedo ser juez solo en el escenario. Lejos de mi está el pensamiento de imitar a esta gigante. De la imitación no puede nacer artista, ella destroza cada original. Que cada uno viva su arte solo que lo tenga “suyo”, por más primitivo que sea, “naif” o sin marcos determinados, gris, sin color, todavía es más querido que cualquier imitación. Lo importante es de entender el arte, para que sepan donde tienen que caminar los otros atrás de ellos. Cada artista en su juventud ha tenido y tiene su gran maestro y solo se convierte el mismo en este, cuando crea algo fuerte, algo suyo, algo original, y hasta entonces estará bajo la influencia del más fuerte. Pero es mejor que uno no se adorne con plumas ajenas. El vestido ajeno en la espalda no es lindo, a veces no puede abarcar bien el torso, porque cada torso tiene sus particularidades, y eso no es ni pecado, ni humillante que estemos tan lejos de semejantes gigantes artistas. Es nuestro arte el que florece desde 30-40 años, nuestra tarea ahora es de arar y sembrar y quien es el dichoso que va a cosechar los frutos, no es asunto nuestro. Nosotros tenemos que ayudar para que nazca el verdadero arte, de desvivirse por él, de no temer a las noches sin sueño, ni de las preocupaciones difíciles por el arte, ni de desatención a las personas, para que podamos después de algún tiempo estar orgullosos, este crío nuestro se convertirá en un gigante, con el que después estará orgulloso todo nuestro país. Lástima que vi a Sara cuando ya estaba vieja. Ella todo el tiempo buscaba apoyarse en algo, sentarse en algún lugar, pero como moría ella en el último acto ¡Oh… no se puede marcarlo, Sara en la muerte de Margarita Gauthier, ¡se pueden escribir volúmenes! En el último acto ella estaba imperfecta, lo que atribuyó a su vejez. Simplemente Sara paseaba sana y salva por la pieza y no se le cruzaba por la cabeza poder morir. Y esto ello lo hacía deliberadamente, con el efecto que el fin sea aún más brillante, y de verdad brilló. Esto no me gustó de Sara. Pero su muerte Dios mío, le perdonan todo. ¡Sarah y la muerte de Margarita Gauthier!… Así de simple muere ella…ella era silenciosa, conmovedora, suave como el aire, como los últimos rayos del sol descendiente, como vela que se derrite y se apaga. Los momentos por separado se le dan perfectamente bien, se ve que durante años ha trabajado en ellos y que se ha sacrificado todo por ellos. La aparición de Armando era maravillosamente linda. Ella tan lastimosamente llamó a Armando, lanzándose en sus brazos, que ustedes se quedan congelados como piedra, como ella entregó su vida con esto, pero solo aceleró su muerte… Absorta ella murmura algo…hablaba… quería vivir, caminar, salir, amar, pero temerosa de que los minutos están contados, ella cae abatida. Y acá ya resignada, tranquila que su querido Armando está con ella se adormece para dormir en el sueño eterno de la muerte y ella muere. Yo…largo tiempo no pude volver en mí… Me había olvidado de aplaudir y tampoco estaba en condiciones de hacer esto, y recién después de algunos segundos, cuando la vi por tercera vez aparecer frente al telón levantado, exclamé y grité “Bravo” con todas mis fuerzas, aplaudiendo sin remordimiento. Todos se dieron vuelta para mirarme, yo no me sentía molesta por esto, al contrario, aplaudía aún más feroz, contagiándoles a gritar “Bravo Sara” … Por ella uno se podía volver loco y yo enloquecí. De mi amor propio no pensaba, porque uno puede tener amor propio y no tener el genio de Sara y yo me incliné delante de ella. Yo le estoy agradecida que me dio gran placer y con plena conciencia hacia el sacrificio. Ahora Sarah Bernhardt está muerta. ¿Pero murió ella? Oh, ¡gente como ella no muere!…
Sarah Bernhardt, actriz francesa 1844-1923 (79)
Adriana Budevska, actriz búlgara 1878-1955 (77)
Extraído del libro “La milagrosa del Teatro Búlgaro” de Guillermo Carlos Ganchev