El desquite
Durante el verano, Pedro, El Astuto, llevó su vaca a los pastizales más hermosos y el animal se alimentó de tal forma que su pelambre brillaba de satisfacción. Un día Pedro decidió venderla en el mercado del pueblo. Tres vecinos suyos –el tendero, el bolichero y el cura- quienes sentían envidia de su nombre, decidieron jugarle una mala pasada y convertirlo en hazmerreír. Durante la noche maquinaron todo y se distribuyeron estratégicamente por el camino que tomaría Pedro. Al día siguiente, el primero en cruzarse con Pedro fue el bolichero
-¡Buen día, don Pedro! ¿Dónde vas con esa vaca?
-Al mercado… ¿Cómo está el ambiente?
-Atorado. Los clientes se pelean… quién da más. tu vaca está muy bien alimentada… lástima que no te la va a comprar nadie.
-¿Por qué?
-Porque tiene una cola inmensa y se buscan vacas sin cola.
Dicho esto, el bolichero siguió su camino. Pedro se rascó la nuca y pensó: “Qué extraño; no puedo entender para qué quieren vacas sin cola. Pero ya que lo quieren así ¡gran cosa! Le cortaré la cola a la mía!”
En la primera posada que halló en su camino pidió una tijera y le rebanó la cola a la vaca.
Más adelante se encontró con el tendero.
-¿Qué piensas? –le preguntó Pedro- ¿Hallaré mejor comprador para mi vaca?
-Seguro. Tu vaca no tiene cola y eso es lo que se está buscando. Pero los cuernos le bajarán el precio bastante.
-¿Por qué?
-Porque los compradores, al ver animal con cuernos, empiezan a retacear y bajan el precio una barbaridad… ¡Buen viaje!
Volvió Pedro a rascarse, pero sin pensarlo mucho pidió prestado un serrucho, cortó los cuernos a su vaca y continuó su camino.
Ya cerca del mercado, se encontró con el tercero –el cura.
-¡Apúrate, Pedro! Los compradores ya empiezan a retirarse. Tú eres un hombre con suerte. Justo hoy se están matando por comprar vacas mochas y sin cola… sólo que harías bien en cortarle las orejas también.
-¿Qué tienen las orejas?
-¿Es que no las ves? Parecen de burro –contestó el cura y se alejó.
-Me parece que tiene razón –se dijo Pedro, observando bien a su vaca. Y ahí nomás sacú su cuchillo y le rebanó las orejas al infeliz animal.
Cuando llegó al mercado, todo el mundo lo rodeó y comenzó a burlarse de él:
-¡Miren a nuestro Astuto, la vaca que ha traído para vender! ¿Encontrará algún loco que dé una moneda por un animal tan destartalado? ¿Quién te enseñó a podar animales, Pedro? Vuelve al pueblo y bésale la mano.
Pedro no sabía dónde meterse de la vergüenza. Se escabulló de la avalancha de gente y se fue al matadero a vender su vaca al matarife.
Así fue como el hermoso animal se fue al diablo por unas monedas.
Al regresar al pueblo, no dijo a nadie nada. Sus tres vecinos ya habían corrido la voz sobre su vaca podada. Cuando fueron a preguntarle si estaba conforme con el mercado, él se bajó el sombrero, saludó a los tres envidiosos y se palpó el bolsillo lleno.
-Estoy muy conforme. Me llenaron la bolsa de plata. Ustedes me ayudaron mucho al decirme como preparar mi vaca para que me den el doble. Entendí que son buenos amigos por eso los invito mañana a cenar. Mi señora matará un pavo. ¿Vendrán?
-¡Iremos! –contestaron los tres- mañana por la noche estaremos en tu casa.
Pedro, El Astuto, tenía dos liebres salvajes. A la noche siguiente dijo a su mujer:
-Yo me ocultaré en la quinta, tú recibe a las visitas y díles que estoy en el campo. Cuando el pavo esté a punto saca una liebre de la jaula, díle que venga donde yo estoy y suéltala en la calle. Lo demás déjalo en mis manos.
Los comensales llegaron temprano, se acomodaron en mullidos almohadones y lanzaban hambrientas miradas al horno. Al tiempo, la mujer sacó el pavo del horno y los tres comenzaron a relamerse.
-El pavo está listo –dijo ella- pero Pedro está tardando.
-¿En dónde está? –preguntó el bolichero.
-En el campo –fue la respuesta- dijo que volvería temprano pero miren la hora que es. Mandaré a la liebre a buscarlo.
Sacó una liebre de la jaula y ya en el umbral de la puerta le recomendó en voz alta:
-Escucha, liebre, rápido ve al ampo a decirle a Pedro que la visita ya llegó y el pavo está a punto ¡Que venga enseguida!
Ni bien soltó a la liebre, ésta se alejó a los saltos hacia el campo. No pasó mucho tiempo y Pedro llegó.
-¡Perdónenme! –dijo al entrar- pero tenía mucho trabajo en el campo y me distraje. Y quién sabe cuánto más iba a tardar si no fuese por la liebre. Pobrecita. Llegó casi sin aliento y, tironeándome del pantalón, me dijo: “hermano Pedro, vuelve rápido porque la visita ya llegó y el pavo está cocido.”
Los visitantes se miraron.
-Por primera vez vemos algo parecido: una liebre peón de labranza.
-¡Y qué trabajador! Ayer lo mandé al pueblo a comprarme un reloj. En dos horas fue y volvió con un reloj nuevito, nuevito. Pero vamos a sentarnos a comer que el pavo se enfría.
Los comensales saciaron su hambre. Cuando terminaron, el cura dijo, dirigiéndose a Pedro, El Astuto:
-Escucha Pedro, véndenos la liebre. Necesitamos mucho un ayudante tan veloz.
-Pero ustedes son tres ¿Cómo la van a compartir?
-¡Fácil! Hoy me sirve a mí, mañana a otro y pasado mañana al tercero ¡Véndenosla!
-Muy bien, se la venderé –contestó Pedro- sólo que es un poco carita…
-¿Cuánto pides?
-Lo que cuesta una vaca bien alimentada ¿Están de acuerdo?
-¡De acuerdo! –gritaron los tres y sacando sus faltriqueras, dieron a Pedro un montón de plata.
Pedro guardó el dinero, entregó la otra liebre y les recomendó que la cuidaran porque no había en el mundo algo igual.
El cura tomó la liebra y la guardó en su seno.
-¡Mañana será para mí! –dijo.
Pedro, El Astuto, los despidió sonriendo.
-¡Buena se las hice! –dijo volviéndose hacia su mujer.
Al otro día el cura dio de comer una hoja grande repollo a la liebre y le dijo:
-Escucha, liebrecilla, ve a ver a mis amigos, con los que estuve anoche en lo de Pedro, El Astuto, y díles que esta noche vengan a comer a casa. Vamos, corre hija, que hoy tenemos otro trabajito.
Y soltó a la liebre en la calle. Ni bien se vio libre, ésta se perdió por el camino echando polvareda.
El cura se sentó en una silla cerca de la puerta de entrada para esperar a la liebre. Pasó el mediodía, comenzó a anochecer y la liebre aún no regresaba. El cura resolvió ir hasta lo de sus amigos para preguntarles por qué no devolvían la liebre.
-Ninguna liebre ha venido acá –contestaron los dos.
-¿Adónde pudo haber ido? –se preguntó asombrado el cura.
-El hijo del vecino me dijo que anoche vio una liebre corriendo hacia el monte, y hoy vio otra.
Entonces los tres se dieron cuenta de todo.
-¡Nos engañó Pedro! ¿Qué haremos?
-Mañana lo llevaremos ante el juez ¿Que él lo condene!
El juez, que tenía a Pedro entre ojos, falló enseguida: “Métanlo en una bolsa, llévenlo al río y tírenlo, que se lo coman los peces.”
-¡No hay nada que discutir, Pedro, así te ha tocado! –dijeron los tres abriendo la bolsa- ¡Entra!
Pedro, El Astuto, entró en la bolsa y comenzó a gritar:
-¡No quiero! ¡No quiero!
-¿Qué es lo que no quieres? –inquirieron los tres.
-¡No quiero en el mar!
-Quieras, o no, allí te zambulliremos, porque así fue el fallo.
El tendero se lo echó al hombro diciendo:
-Primero lo llevaré yo, cuendo me canse, lo llevarán ustedes… ¡uf, cómo pesa!
Emprendieron el camino hacia el mar. El tendero llevaba el bulto y el cura y el bolichero, detrás. Cuando éste se cansó, tomaron la posta los otros. Así, hasta que se acercaron a la orilla del mar. En un lugar vieron a un pastor acostado debajo de un frondoso roble, cuidando su majada bajo la sombra.
-¡Hey, compadre! –gritó el tendero- ¿Dónde hay un pozo por aquí, que estamos muertos de sed?
-Allá, abajo –dijo el pastor. Hay un pozo en donde encontrarán agua muy fresca.
Dejaron a Pedro, El Astuto, en la bolsa, bien atada y bajaron hacia el pozo. Pedro continuaba gritando:
-¡No quiero! ¡No quiero!
Al escucharlo, el pastor se acercó a la bolsa y preguntó asombrado:
-¿Qué es lo que no quieres?
-¡No quiero convertirme en rey! –contestó Pedro.
-¿Y por qué no quieres?
-Porque no estoy acostumbrado a llevar corona en la cabeza, ni a comer cordero asado; ni a dormir en almohadones mullidos. ¡No quiero, y basta!
-¿Y entonces, qué haces en la bolsa?
-Esos tres son los culpables. Vinieron al pueblo y me propusieron ser rey; al no aceptar yo, me metieron a la fuerza en la bolsa. Quieren hacerme rey por la fuerza.
-¡Házte rey, hombre! –dijo el pastor.
-¿Por qué no te haces rey tú? .le devolvió Pedro.
-Porque no me invitaron a mí, sino a ti.
-Si estás de acuerdo, entra en la bolsa, en mi lugar y yo seré pastor.
El pastor desató la bolsa y se metió en ella, mientras Pedro, El Astuto, se despatarraba a la sombra del roble.
Los tres, después de saciar la sed con agua fresca, volvieron y el cura tomó el saco.
-¡Quiero! ¡Quiero! –se oyó desde dentro de la bolsa.
-¿Qué quieres? –preguntó el cura.
-¡Quiero ser rey!
-¡Pobre Pedro, está loco de miedo –dijo el cura, llegando hasta el mar y zambullendo la bolsa en el agua.
La bolsa se hundió.
-Nos vengamos –dijeron los tres y se volvieron al pueblo.
Al anochecer, Pedro, juntó la hacienda y la llevó a su casa. Al verlo, los tres se mordieron la lengua.
-Oye, Pedro ¿Qué haces tú aquí y con estas ovejas? ¡Si nosotros te tiramos al mar!
-Vuelvo a casa –fue toda la respuesta- y estas ovejas son mías.
-¿Dónde las encontraste?
-en el fondo del mar.
¿Y hay muchas ovejas allí?
-Millones, pacen bajo el agua! Yo tomé sólo un centenar. Cuando las venda iré por otras tantas.
-¡Vamos, pope! –dijo el tendero.
-¿Adónde? –preguntó éste.
-Al mar, por ovejas.
-¡Vamos! –replicó el ambicioso pope y se colocó el birrete.
Otra vez fueron al mar.
Primero se tiró el cura y se hundió, quedando su birrete a flote, solamente.
-¡Miren, miren! –gritó el bolichero- ¡El cura ya sacó una oveja! Rápido, vamos nosotros también porque el cura va a barrer con todas.
Y se tiraron al mar. Y se ahogaron.
Así pagaron los vecinos de Pedro, El Astuto, por querer ahogarlo en el mar.